Muerte, duelo y depresión.

En estos días que estamos rodeados por películas, imágenes y festividades alusivas a la muerte, es importante detenernos a reflexionar un poco acerca de este complejo concepto.

 

Aunque la muerte es algo natural, no nacemos entendiéndola. Los niños primero creen que se trata sólo del hecho de estar o no estar físicamente en un lugar. Después se dan cuenta de que tiene que ver con ya no poder realizar ciertas actividades o funciones. Más adelante la asumen como un cambio transitorio donde la persona sigue haciendo su vida pero en una dimensión lejana con la posibilidad de volver. Es hasta cerca de los 8 años, cuando el concepto de muerte más propiamente entendido,  empieza a formar parte de nuestras vidas.

 

Así mismo, aceptar la muerte de un ser querido lleva su tiempo. Lo habitual es atravesar por el proceso de duelo donde de manera alternada aparece la negación, enojo, tristeza, culpa, negociación y aceptación de la pérdida. Este proceso puede durar hasta un año y es tan natural como la misma muerte.

 

El duelo no es depresión. Extrañar, sentirnos nostálgicos, solos, temerosos e incluso desganados cuando alguien importante fallece, es lo normal. Es expresar que esa pérdida sí tuvo un impacto para nosotros y que ese vacío requerirá de nuestro esfuerzo para reacomodar nuestras vidas a pesar de la ausencia.

 

Si el duelo excede el tiempo antes mencionado o se acompaña por pérdida de peso significativa, incapacidad para realizar las actividades habituales por un periodo extenso, aislamiento significativo o deseos e ideas de muerte, entonces la persona requiere de apoyo profesional.

 

En ocasiones puede ser poco clara la diferencia entre un duelo normal y una depresión, lo mejor es salir de dudas y platicarlo con un especialista. Recuerda que nuestros seres queridos se van y pueden dejar un gran vacío en nuestro corazón, pero nosotros nos quedamos y tenemos el resto de nuestro ser para seguir viviendo.

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